
Cada noviembre, cuando la luz se acorta y el viento del Cantábrico se vuelve más frío, el Geoparque Costa Quebrada se convierte en un territorio de tránsito o de invernada. Miles de aves —algunas visibles en pleno vuelo y otras silenciosas, recién llegadas al paisaje— participan en uno de los fenómenos naturales más fascinantes del mundo: la migración.
Aunque a menudo imaginamos la migración como largas hileras de aves en el cielo, la realidad es más compleja y cercana. Muchas de estas viajeras llegan desde el norte de Europa casi exhaustas y necesitan descansar, alimentarse y recuperar energía antes de continuar su viaje o establecerse aquí durante el invierno. Basta pasear por algunos de los variados ecosistemas de nuestro geoparque para descubrir especies que, hace apenas unas semanas, habitaban tundras, humedales boreales o acantilados del Atlántico norte.
Por su ubicación en la franja cantábrica y su diversidad de hábitats —acantilados, playas, marismas, sistemas dunares, campiñas y zonas agrícolas— Costa Quebrada funciona como un corredor ecológico. Las aves lo utilizan como punto de paso, refugio o destino invernal.
Entre las visitantes más habituales durante noviembre podemos encontrar avefrías y chorlitos dorados descansando y alimentándose en praderas y zonas húmedas. También zorzales alirrojos, mirlos y petirrojos migradores, que buscan los frutos de otoño en setos y bosquetes. En la parte marina, alcas, colimbos y alcatraces, desplazándose mar adentro siguiendo corrientes, bancos de peces y temporales. Sin embargo en estanques, lagunas, estuarios podemos ver anátidas y fochas, que encuentran en estuarios y humedales condiciones favorables para pasar el invierno.
Algunas llegan tan debilitadas que se mueven despacio, comiendo sin pausa para recuperar la energía que han invertido en cruzar cientos o incluso miles de kilómetros.
El vals de los estorninos
Noviembre también es el mes en que los estorninos transforman el cielo del geoparque en una coreografía colectiva. Miles de individuos vuelan como si fueran una sola forma cambiante, dibujando remolinos, ondas y figuras fluidas conocidas como murmuraciones.
Este comportamiento no es azaroso: responde a estrategias de protección frente a depredadores y al mantenimiento de cohesión social. Sin embargo, verlo produce algo más que interés científico. Hay quien lo describe como un baile, quien lo vive como un susurro visual del paisaje, un movimiento que recuerda que la naturaleza también tiene ritmo.
El “inocente” juego de las mascotas tras las aves: un peligro para su supervivencia
Como se ha mencionado, estas aves recorren miles de kilómetros y cuando llegan a tierra lo hacen exhaustas, con las fuerzas mínimas y con la necesidad de alimentarse para recuperar energías que les ayuden a emprender el vuelo. De hecho, en los meses de migración no es extraño la actitud cercana de algunas aves, esa sensación que tenemos algunos humanos de que se dejan casi coger. Esto ocurre precisamente por los motivos explicados, porque están al límite de sus fuerzas y no pueden ni tan siquiera huir. En estas situaciones, es crucial que las personas con mascotas no dejen corren a sus animales tras las aves, porque ese estrés energético puede suponer su muerte. A veces un aparente gesto inocente puede tener consecuencias fatales.
La migración como decisión energética
Las aves migran porque hacerlo aumenta sus posibilidades de supervivencia. El viaje exige un coste energético elevado, pero quedarse en áreas donde escasean alimento o condiciones inadecuadas puede ser más arriesgado.
La capacidad para orientarse durante estos desplazamientos sigue siendo objeto de investigación: utilizan el campo magnético terrestre, las estrellas, el sol, los vientos dominantes y la memoria heredada de generaciones anteriores.
Cada parada es crucial. Una marisma intacta, un prado conectado con su entorno, una playa sin alteraciones o un mosaico agrícola tradicional pueden ser la diferencia entre una migración exitosa o un viaje fallido.
Cuando un hábitat desaparece, también desaparece una escala ecológica imprescindible.
Observar la migración requiere conocimientos avanzados y hay empresas que pueden hacer de guías para entender este comportamiento complejo y fascinante.
Cada especie tiene una historia inscrita en su viaje. Y todas juntas nos recuerdan algo importante: la naturaleza no es un escenario estático, sino una red en movimiento, interdependiente y compartida.
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Texto: Natalia Magdalena González-Cuevas.



