En el interior, los afloramientos calcáreos custodian los últimos encinares costeros, relictos de épocas con condiciones climáticas diferentes. Además, la plantación de pinos en el sistema dunar de Liencres ha generado una masa forestal única, mientras que las praderas de siega, los muros de piedra seca y los setos reflejan el uso agrícola y ganadero tradicional de la región.
ACANTILADOS Y RASAS MARINAS
NUESTRA SEÑA DE IDENTIDAD
Los acantilados costeros de Costa Quebrada constituyen un hábitat de alto valor geológico y ecológico. Su origen se debe a procesos de erosión marina activa sobre materiales sedimentarios de edad cretácica y paleógena. Este sistema dinámico da lugar a rasas intermareales, plataformas abrasivas, farallones y derrubios.
La exposición a salinidad, vientos intensos y cambios térmicos ha favorecido la colonización por especies vegetales halófitas y psamófilas, adaptadas a condiciones extremas, como Crithmum maritimum, Armeria pubigera o Limonium humile. En las zonas de mayor salpicadura se desarrollan comunidades de líquenes y musgos altamente especializadas.
A nivel faunístico, destacan las poblaciones de aves marinas nidificantes o migratorias, como el cormorán moñudo Gulosus aristotelis o el paíño europeo Hydrobates pelagicus, cuya conservación está regulada por la Directiva Aves. Estos ecosistemas también albergan invertebrados endémicos y contribuyen a la conectividad ecológica del litoral cantábrico.
PLAYAS, SISTEMAS DUNARES Y MEDIOS ARENOSOS
UNO DE LOS ECOSISTEMAS MÁS FRÁGILES
Las playas de Costa Quebrada, como las de Valdearenas, Canallave o Arnía, se encuentran en un continuo proceso de sedimentación, erosión y transporte litoral. En ellas se desarrollan hábitats efímeros de gran valor ecológico, como los sistemas dunares embrionarios, móviles y estabilizados (hábitats de interés comunitario según la Directiva Hábitats: 2110, 2120 y 2130).
La vegetación dunar está formada por especies pioneras resistentes a la salinidad y al soterramiento, como Ammophila arenaria, Elymus farctus o Medicago marina. Estas plantas contribuyen a fijar el sustrato y permiten la sucesión ecológica hacia comunidades más estables.
Estas áreas son también zonas críticas para especies vulnerables como el chorlitejo patinegro Charadrius alexandrinus, cuya reproducción depende de playas poco alteradas y con baja presión antrópica. La pérdida de vegetación dunar, el tránsito descontrolado y las construcciones costeras suponen amenazas directas a estos hábitats.
BOSQUES ATLÁNTICOS Y ÁREAS FORESTALES
REFUGIO DE BIODIVERSIDAD
En las áreas más interiores del geoparque, especialmente en zonas con mayor altitud o humedad edáfica, se conservan bosques atlánticos de frondosas, en su mayoría robledales Quercus robur, castañares y bosques mixtos caducifolios. Son relictos de los grandes bosques eurosiberianos que cubrieron la región cantábrica, y constituyen ecosistemas fundamentales para la biodiversidad.
Bajo su dosel se desarrollan helechos relictos, musgos higroturbosos y una rica comunidad de invertebrados saproxílicos, indicadora de madurez ecológica.
Aunque muchos de estos bosques han sido fragmentados por la actividad humana o reemplazados por repoblaciones de Pinus radiata y Eucalyptus spp., la recuperación de caducifolios autóctonos y la mejora de la conectividad ecológica son objetivos clave en los planes de conservación de la Red Natura 2000.
HUMEDALES Y ARROYOS
LOS ECOSISTEMAS HIDRÓFILOS
Estos ecosistemas comprenden una red de pequeños arroyos, zonas encharcadas temporales y áreas palustres como las formaciones de carrizales Phragmites australis en el entorno del estuario del Pas o la marisma de Mogro. Aunque de extensión limitada, estos humedales desempeñan funciones ecológicas esenciales: regulan el régimen hídrico, actúan como filtros naturales frente a contaminantes y constituyen hábitats clave para especies de alto valor ecológico.
Entre la fauna asociada destacan anfibios sensibles como el tritón palmeado Lissotriton helveticus y aves acuáticas como la garza real Ardea cinerea o el rascón europeo Rallus aquaticus. Los márgenes fluviales presentan vegetación riparia típica como Salix atrocinerea, Alnus glutinosa o comunidades de Carex y juncáceas, reguladas por los hábitats de interés 91E0* (bosques aluviales) y 6430 (prados húmedos).
Estos ecosistemas son especialmente vulnerables a la alteración del régimen hídrico, la contaminación difusa de origen agrícola y la invasión por Especies Exóticas Invasoras como Baccharis halimifolia o Cortaderia selloana. La restauración ecológica y la protección de corredores fluviales son claves para su conservación.
PRADERAS, SETOS Y MOSAICO AGRARIO TRADICIONAL
VESTIGIOS DE UN PASADO QUE SE MANTIENE VIVO
El paisaje agrario de Costa Quebrada, modelado históricamente por el uso ganadero y agrícola extensivo, configura un mosaico agroecológico de alto valor para la biodiversidad. Las praderas de siega y pasto, los setos vivos, muros de piedra (morios) y sotos lineales constituyen refugio para aves ligadas a medios abiertos, pequeños mamíferos y una importante diversidad de lepidópteros y polinizadores.
Este sistema tradicional alberga hábitats seminaturales como los prados húmedos atlánticos (6510) y los pastizales oligótrofos (6230*), cuya presencia depende del mantenimiento de prácticas como la rotación de cultivos, el uso de razas autóctonas o la siega tardía. Destacan especies botánicas de interés como Orchis mascula, Leucanthemum vulgare o Trifolium pratense.
La pérdida de actividad agraria, la intensificación o el abandono conlleva la desaparición de estos ecosistemas y su sustitución por matorrales monoespecíficos, forestaciones homogéneas o invasión por especies exóticas. Su gestión sostenible es esencial para la conectividad ecológica del geoparque y la conservación del patrimonio inmaterial asociado al medio rural cántabro.